Se activa mi memoria clandestina.
Vuelvo a ese espacio blanco,
frío,
casi pesadilla.
El mayor enemigo,
ese que lame mi cuello mientras respiro,
se apodera de mi centro nuevamente.
Y soy yo la que está abierta,
horizontalmente ubicada sobre la piedra de los sacrificios.
Las voces lejanas
parecen signos comunicantes de otras civilizaciones muertas.
Mejor.
Prefiero no entenderlos.
Me concentro en esa sensación caliente y pegajosa
provocada por el líquido que decanta de mi cuerpo hacia las piedras.
Sólo eso es cálido, mi savia abandonándome,
el resto huele a carne quemada y final irremediable.
Mejor.
Paralizada,
me entrego al vacío que mi espíritu implora
mientras manos de demonios o de ángeles,
desesperadamente,
traccionan mis restos
para rescatar ese tesoro que yo intentaba retener
pese a la señal en declive.
Vuelven las luces,
las voces,
y ese espanto incitándome
a formar parte de esta pesadilla desenfrenada.
Entonces surgió tu nombre en mí.
Tuve que invocarlo.
Ellos lo preguntaron.
Fue en ese instante en que mis escasos latidos
se convirtieron en rebeldía hacia el futuro,
y me preparé,
para recibir la enseñanza de tu eterno presente.
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