miércoles, 18 de julio de 2012

sombras



Esas sombras irrumpieron en el cuarto, amenazantes, casi como presencias espectrales. Se reflejaron en la pared gris sin cuadros del cuarto de hospital arrumbado, reservado sólo para parientes de enfermos crónicos desconsolados que necesitaban un descanso para continuar con la lucha del enfermo de turno que también era propia. El cuarto estaba a oscuras, sólo me acompañaba el ruido ensordecedor de los equipos del aire acondicionado del sanatorio, que no era contaste, sino intermitente, como para desesperar a cualquier humano. Allí estaba yo, dos o tres de la mañana, buscando un poco de paz y consuelo luego de otro paro cardíaco de mi cielo de tres kilos. Había salido de la urgencia, pero cada episodio lo debilitaba y con él a mí, ya que me acercaba a la idea de una muerte anunciada desde el nacimiento y que no pensaba asimilar ni siquiera pensar o intuir. LUCHAR ES ESQUIVAR LA IDEA de que lo que uno no puede soportar que suceda, se desencadene inexorablemente.
Utilicé todas mis fuerzas para ello y cuando ni las lágrimas, ni las palabras ni mi confianza bastaron, y me encontré en un abismo, empecé a intuir algo superior, pero era leve. Primero fueron señales, estampitas tímidas colocadas en la incubadora a escondidas por manos anónimas llenas de piedad. Luego, sugerencias de amigos y hasta enfermeros.
Así estaba la situación. Hasta hace unos años había tenido una fe empaquetada de colegio secundario religioso, envuelta con moño, pero no encontraba a Dios de ese  modo, o en todo caso, NO ERA MI DIOS. La crisis sobrevino y con ella mi quiebre,  descreí de la religión tierna-infantil. Pasaron los años y continué mi juventud sin demasiado cuestionamiento, muchas otras cosas me distraían, la vida misma. Pero ahora, sintiéndome en un punto cardinal: De qué forma me sostendría? La perspectiva de muerte de lo que más amaba se confabulaba en hostigarme y helaba mi sangre taladrándome con miedos e  intuiciones inaceptables para mi manera de vivir. SI, fui al cuarto para recuperar mi esperanza incrédula, para guarecerme, y  una vez que había logrado acostarme en esa cama fría y dura y conciliado un sueño que parecía no ser tal, estaban ellas, las sombras. Todo estaba envuelto en una neblina de sopor real. Las sombras avanzaban, me querían, ideaban tramas para llevarme, rodearme, perderme en ellas. Las sombras eran fuertes, oscuras, insistentes,  no flaqueaban, yo sí flaqueaba, sentía que caía, que era difícil mantenerme erecta. Entonces decidí tirarme contra ellas. Solo el ruido me acompañaba y ese miedo erizante que corría por mi sangre desde aquel diez de mayo a la noche.  Ya sería septiembre u octubre y habían pasado demasiadas cosas, demasiados informes médicos desbastadores, demasiada lágrima mía y de los que amaba. El luchador principal no se rendía pero tampoco parecía de este mundo. Las sombras cuchicheaban sus planes. Yo no podía esperar más que ellas me rodearan, entonces decidí ir a ellas con toda mi furia de los meses, entregarme con odio y que por fin TODO fuera NADA. Sentí que mi cuerpo se inclinaba y mi mente tomaba la decisión. ERA EL MOMENTO. Que barajaran ellas y dieran de nuevo, esta vez con mi vida, enfrentar la oscuridad total era inevitable. Al borde de mi propio precipicio, con la energía proyectada en mi cuerpo para darles el impacto, sentí un brazo que me rodeaba el cuello, su codo en mi garganta me frenaba. Su fuerza era superior a mis miedos, al terror. Aflojé los hombros para percibir lo nuevo. Ya no había ruido. El brazo insistía en sostenerme en el lugar, en no entregarme. Absorta comencé a relajarme, dudosa me fui envolviendo en la sensación que el brazo me transmitía. Me inundó de amor, amor, amor , AMOR INMENSO. Me abarcó toda mi cadena genética, glándulas, células, sangre, huesos, piel. Recorrió mi cuerpo y se hizo TODO, ya no existía la NADA, sólo existía ESO. Me pregunté quién podía amarme de ese modo tan absoluto, y respondí o me respondieron ( importa quién fue?), ESE AMOR NO ES HUMANO.
Pasaron diez años y en ellos, se desencadenó lo que tanto temía. Tuve mi prueba de fuego: soltar, soltar, soltar mi mejor utopía. También la contrapartida de la prueba: entender y asimilar que la vida sigue, que  no para, que todo es un eterno fluir. Entonces continué, y construí de nuevo, pero ahora acompañada. No necesitaba ser compañía palpable, quiero decir terrena.  A la izquierda  ( De qué otro lado podría estar?),  va mi ángel, mi producción más perfecta. De la derecha,  la percepción del amor sentido en ese instante eterno. Ambos, se entrelazan en un una envoltura indisoluble y así se forma entre los dos un escudo protector o crisálida nueva. En definitiva, AHORA SE QUE EL CONJUNTO DE AMBOS ES MI DIOS.

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