El fantasma de la niña que espera, viene a mi en vísperas de un festejo, siempre el mismo, que sucede una vez al año, nunca falla en su llegada. Me saluda con un beso todo ternura, un abrazo increíblemente inmenso para sus bracitos cortos. Me pide upa, yo acaricio su pelo castaño, corto, atado en dos colitas, rozo su frente con mi mano para despejar sus dudas y luego de esa comunión de entendimientos y miradas que tenemos, pasa a relatarme siempre, siempre, el mismo recuerdo que tanto la persigue.
Me aclara que es su primer recuerdo, el que está bien definido en su memoria, que antes de ese solo tiene vagas imágenes, difusas y felices, pero no puede concluir si son efectivamente puras o mezcladas con relatos familiares y sensaciones producto de haber visto millones de veces aquellas fotos ya desteñidas por el tiempo.Creo que a ella no le importa el tiempo - si bien a ningún niño le preocupa- , me queda claro que al fantasma de esta niña solo le importa su presente, que en realidad es sentimiento.
Me cuenta que lo primero que ve en este recuerdo es el living de la que dice su casa -pienso, aunque esa casa que ella dice fuera alquilada no propia- y esta deducción mía me hace detener en el extraño sentido de la propiedad que se tiene en la infancia. Entonces me río. Ella Me observa, sonríe y sigue. Dice que su living era inmenso, tanto, tanto que habia infinidad de espacio debajo de la mesa y entre cada una de las cuatro sillas. Que el ventanal era infinito y ahí pintaba en las tardes de lluvia y humedad con sus dedos y que al pasarlos por la superficie del vidrio èste se desempañaba permitiendo volver a ver cada una de las ventanas de los edificios de enfrente. Se pierde en el detalle del afuera pero vuelve de repente al interior de la sala y me cuenta del cuadro de Miró que colgaba de la pared. Que nunca entendió el cuerpo del hombre, que no sabía si se parecía a una guitarra o a que otra cosa, pero que lo que más la encantaba era la fiesta de colores que sobresalía de la lámina.
Entonces abre los ojos, sonríe, su cara se ilumina y estira los brazos al aire. Me cuenta que entró su padre, que él pone la silla en el medio del living y la tranquiliza porque tiene que decirle algo. Que la sienta a upa y percibe el calor de su cuerpo, que ella quiere amoldarse a su forma, fundirse en esa calidez que despide, pero él la sienta derecha y la mira fijo. Me cuenta que su padre le explica todo lo que la ama pero que no va a vivir más con ella,su hermano y su mamá, que la va a visitar siempre y la va a querer siempre. Siento que intuye lo definitivo del momento casi como una premonición de despedida, anticipada, pero prefiero no comentárselo, ¿porque que niño comulga lo definitivo completamente?. Entonces me dice que ella le pidió que no se vaya, que lloraba, pero su papá le hablaba y le decía cosas que al final no captaba, y las palabras terminaron haciendo ecos en el aire y ella veía como bailaban por el techo y su mente solo se dejaba mecer en ese arrullo y baile.
Luego sus ojos quedan suspendidos en la pared que ya no tenia el cuadro colgado, muda y murmura que la casa es toda silencio, que ya no ve ni el ventanal, ni las sillas, ni la mesa, solo la mancha que dejó el cuadro en la pared rozada y su soledad sentada en el piso de madera.
Se levanta, me da otro beso - ella es tan dulce y afectuosa hasta en sus momentos mas tristes- me recomienda que en la víspera del día del padre yo disfrute por ella, que no me arruine más otro de esos festejos, que la sensación amarga tiene que irse y dejar paso a lo nuevo que fui construyendo, porque ella sigue siendo el fantasma de la niña que espera, porque espera muchas cosas por venir buenas, pero que aprendió a no esperarlo a él más, y ésto, por la sencilla, pura y perfecta razón de que hace mucho, pero mucho, mucho tiempo emocional ella ya lo ha perdonado.
Me encanto.
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